Ciencia Propia

Sin justicia no hay democracia. Sin democracia, no hay derechos humanos

Hablar de reforma judicial a secas, hoy, nos dejaría un gusto a poco o, peor aún, un gusto amargo porque sería no dimensionar el rol central que han ocupado los feminismos en la Argentina. Precisamente, se trata del movimiento social de mayor cohesión, profundidad y transversalidad de los últimos tiempos. ¿Acaso es posible silenciar, apartar o ningunear al movimiento feminista de un debate central que constituye una de las grandes deudas de la democracia como lo es qué Poder Judicial nos merecemos? Sucede que el Poder Judicial -como es sabido, aunque se lo suela esconder- es el menos democrático de los tres poderes que conforman el Estado por su propia estructura o diseño constitucional. Así, tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo se someten a la voluntad del pueblo, es decir, deben mostrarse ante la sociedad y rendir cuentas; por el contrario, el Poder Judicial no se enfrenta al voto popular y es cuasi-vitalicio y, como tal, titular de un privilegio de base de una clara desigualdad de armas en términos comparativos. Si conocerán -y cómo- de privilegios, desigualdades y sometimientos las mujeres y diversidades en sociedades absolutamente patriarcales.  

¿Acaso es posible silenciar, apartar o ningunear al movimiento feminista de un debate central que constituye una de las grandes deudas de la democracia como lo es qué Poder Judicial nos merecemos?

Otras de las tantas máximas que atraviesan al Poder Judicial y cuyo diagnóstico es compartido por diversas voces que provienen de formaciones y/o trayectorias académicas y/o profesionales bien diversas, gira en torno a los cimientos sumamente estancos y pétreos sobre los cuales se han construidos los Poderes Judiciales, y acá vale el plural porque una reforma judicial feminista sabe que no es suficiente concentrar el debate sobre la Justicia en lo que acontece en la denominada de manera coloquial “cloaca de Comodoro Py” bajo el ala o la mirada atenta y cómplice de la Corte Suprema de Justicia de la Nación; que esta constituye una de las tantas facetas o capas a de-construir y re-construir si se pretende pensar, diseñar y disputar un Poder Judicial que realmente cumpla con los objetivos básicos: ser el garante último de los derechos humanos de las personas, en especial, de los más vulnerables. En este marco más complejo y profundo, la denominada “justicia de cercanía”, es decir, los poderes judiciales locales también deben ser materia de reflexión y análisis crítico; de lo contrario, y a modo de “cuarto propio” -otro término muy afín al mundillo de los feminismos- se podría caer en la idea errada de pensar que solo se trata de cambiar o reemplazar figuritas o ampliar la Corte Suprema de Justicia de la Nación como apuestas posibles para “mejorar la justicia”. El conocido “cambiar para que nadie cambie” sería una mirada “boba” en clave patriarcal y así para que la rosca varonil siga primando en el modo en que se ha gestado, desarrollado y consolidado los poderes judiciales desde sus inicios allá por la segunda parte del siglo XIX hasta nuestros días.

Los feminismos, justamente, no se caracterizan por ser fácilmente engañados; todo lo contrario. Decisiones engañosas y, a la par, superficiales han sido las que han protagonizado gran parte del debate sobre el Poder Judicial y, en particular, sobre diferentes instituciones u órganos que lo integran e impactan de manera directa como la mencionada Corte Federal, el Consejo de la Magistratura, los Ministerios Públicos, por citar algunos. Sin embargo, a esta altura del partido y ante la debacle estructural y preocupante que observa el Poder Judicial a 40 años de democracia y en breve 30 años de la reforma constitucional, colocar en el centro de la agenda pública un debate serio y en serio sobre este poder estatal se ha transformado en una urgencia ya que, como bien se ha sostenido “Sin justicia no hay democracia. Sin democracia, no hay derechos humanos”. Algo tan elocuente como básico y estructural a la vez. Esta ineludible interacción muestra la gravedad y la urgencia de animarse, una vez más, a llevar una fuerte interpelación sobre qué Justicia (así en mayúscula) nos merecemos como sociedad. 

En este contexto, debatir el contenido y las bases de una reforma judicial feminista constituye el gran primer paso para proponer cimientos absolutamente opuestos sobre los cuales se han edificado -y aun se sostienen- los poderes judiciales. Se trata de un deber ineludible para los feminismos contemporáneos; de allí que se celebran iniciativas que aporten su grano de arena a desafíos que se han vuelto tan urgentes como asfixiantes por el nivel de opresión y violencias que encierran. Una vez más, acá estamos poniendo las 3 C tan presentes en cada lucha que se libra: cuerpo, cabeza y corazón.

Marisa Herrera
Domingo 13 de agosto del 2023, 
un día clave para nuestra querida y vapuleada democracia.

Marisa Herrera

Es Dra. en Derecho por la Universidad de Buenos Aires. Es docente de la UBA, UNPAZ, UNDAV, UNCAUS, UNLPAM, UNS, UP entre otras. Es investigadora del CONICET desde el año 2006 e investigadora adscripta del Instituto de Investigaciones Dr. Ambrosio L. Gioja de la Facultad de Derecho. 

Es una referencia indiscutida a la hora de pensar el derecho de las familias, la mirada en clave de género en el derecho y la constitucionalización del derecho civil en nuestro país y en la región.