Ciencia Propia

La otra cara del recorte en CyT: la profundización de las brechas de género en la producción científica.

Por Cecilia Ortmann. Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación (FFyL UBA). Becaria doctoral de la Universidad de Buenos Aires. [email protected]

Resumen


A fines de 2016, anticipando lo que se concretó en uno de los mayores retrocesos en materia de producción científica de los últimos años, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva anunció una fuerte reducción en la cantidad de ingresantes a la carrera de investigación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), como parte de la implementación de un programa de achicamiento de la órbita estatal que también afecta otras áreas de las gestión pública. Esta restricción en el número de investigadores/as, fundamentada desde el discurso oficialista en la necesidad de realizar recortes presupuestarios sobre el sector científico, suscitó una serie de debates en torno a la ciencia y su producción en el ámbito universitario.
En este escenario y, a su vez, en un contexto local y regional en el que la lucha por la igualdad de género constituye un tema central en la agenda pública, las ideas que subyacen estos debates resultan cruciales para pensar cómo el recorte de financiamiento trae aparejadas graves consecuencias en relación a las brechas de género en el ámbito científico. La primera de ellas apunta a la reducción del número total de becas y sobre todo del cupo para el área de las ciencias sociales y las humanidades, que se traduce concretamente en una menor participación de las mujeres en la producción científica nacional. La segunda se refiere a la temática de las postulaciones que fueron rechazadas, dado que es en las áreas mencionadas donde se desarrollan mayormente las problemáticas del campo de los estudios de género y sexualidades.

La duda, la ciencia, la investigación, el pensamiento crítico, todo esto atenta contra un modelo que tiende a encorsetar el pensamiento y fundamentalmente a disciplinar a una sociedad. (…) Por eso creo que es muy importante que en estos espacios, donde se tienen las herramientas, los instrumentos para discutir, para debatir las cosas que verdaderamente importan, encontremos los métodos, los instrumentos para defender lo que siempre hemos sostenido: la inclusión social. Siempre ha sido así en definitiva. La inclusión, que siempre nos remitió –sobre todo en los últimos 12 años y medio– a la categoría de la igualdad.

(Cristina Fernández de Kirchner en el acto de conmemoración de los 50 años de la Noche de los Bastones Largos. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 5 de agosto de 2016)


A fines de 2016, anticipando lo que se concretó en uno de los mayores retrocesos en materia de producción científica de los últimos años, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva anunció una fuerte reducción en la cantidad de ingresantes a la carrera de investigación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), como parte de la implementación de un programa de achicamiento de la órbita estatal que también afecta otras áreas de las gestión pública. Esta restricción en el número de investigadores/as, fundamentada desde el discurso oficialista en la necesidad de realizar recortes presupuestarios sobre el sector científico, suscitó una serie de debates en torno a la ciencia y su producción en el ámbito universitario.

La avanzada neoliberal, en una suerte de retroceso que parece remitirse a unos cuantos siglos atrás, centró el eje de discusión en torno a la “utilidad” de las investigaciones que se llevan a cabo en las universidades públicas. Desde un posicionamiento netamente positivista, este argumento desembocó en un feroz ataque a las ciencias sociales y las humanidades. Incluso desde sectores “progresistas” se criticaron y satirizaron duramente los temas y proyectos que se venían desarrollando en estas áreas, llegando al extremo de la persecución y hostigamiento a docentes e investigadoras/es.


Asamblea de becarias/os e investigadores/as en la toma del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, diciembre 2016

En este escenario y, a su vez, en un contexto local y regional en el que la lucha por la igualdad de género constituye un tema central en la agenda pública, las ideas que subyacen estos debates resultan cruciales para pensar cómo el recorte presupuestario trae aparejadas graves consecuencias en relación a las brechas de género en el ámbito científico. En primer lugar, debido a la histórica generización de los campos de conocimiento, la confrontación entre las ciencias exactas y disciplinas tecnológicas por una parte, y las ciencias sociales y humanas por otra, se caracteriza no sólo por la forma particular en que se construye el conocimiento en cada área, sino también por la mayor presencia de uno(s) y otro(s) género(s) en relación a los sujetos que integran esas disciplinas. En este sentido, la reducción efectuada sobre el área de las ciencias sociales y las humanidades se traduce concretamente en una menor participación de las mujeres en la producción científica nacional.

En segundo lugar, esta división implica a su vez la jerarquización de un tipo de producción y de una metodología por sobre las otras, asignándole a uno de los campos el carácter de “ciencias básicas” en oposición a “las humanidades”, que parecieran –al menos desde el discurso hegemónico– carecer de las condiciones para ser concebidas como ciencia. Siguiendo esta argumentación, el rechazo de proyectos de investigación responde a una supuesta falta de rigurosidad –porque no se ajustan a una metodología naturalista-empirista– o de pertinencia temática –porque los problemas no son considerados relevantes o “productivos”. Resulta ineludible, entonces, preguntarnos qué ciencia apuntamos a construir si temas como la experiencia educativa de personas transexuales/transgénero o los sesgos sexistas en la producción cultural de consumo masivo de adolescentes, no tienen lugar en la agenda científica de las universidades públicas.

De esta manera, una mirada más allá de lo que a simple vista arrojan los números permite traer a la discusión cómo el argumento de la “utilidad” atenta, por un lado, contra las áreas de mayor predominancia de las mujeres como sujetos del sistema de ciencia y tecnología, y por otro, contra las investigaciones y temáticas que precisamente contribuyen a disminuir las brechas que obstaculizan e impiden el desarrollo de una sociedad inclusiva.

La confrontación entre las ciencias “duras” y “blandas”

Tal como la conocemos en la actualidad, la ciencia moderna –heredera del modelo de Francis Bacon– marcó un hito en la historia cuando la actividad científica pasó de ser una práctica doméstica, transmitida como un saber social, a un corpus de saberes legitimados y regulados, gestados un ámbito de desarrollo académico y profesional, y caracterizados por una determinada metodología. En su versión más extendida y aceptada, este modelo de producción del conocimiento reconoce originalmente una única forma de lograrlo: el método científico –en la acepción más positivista del término– consagra la escisión entre el sujeto y el objeto, de modo que la integridad emocional y física de quien conoce quede asegurada por la autonomía y la objetividad.

Mediante la estricta aplicación de una serie inequívoca de pasos, el conocimiento científico hegemónico encarna el lado neutral, válido y superior en los tradicionales pares dicotómicos que han caracterizado la producción intelectual desde la modernidad: objetividad – subjetividad; racionalidad – emocionalidad; universalidad – singularidad; abstracción – narratividad. Desde esta perspectiva, tanto la mente científica como sus formas de acceder al conocimiento son masculinas; caracterización que connota un rechazo radical a otras formas de conocimiento subjetivo, asociadas a la femineidad. Ahora bien, ¿qué es lo masculino del conocimiento?

Cuando apodamos “duras” a las ciencias objetivas en tanto que opuestas a las ramas del conocimiento más blandas (es decir, más subjetivas), implícitamente estamos invocando una metáfora sexual en la que por supuesto “dura” es masculino y “blanda” es femenino. (…) “Feminización” se ha convertido en sinónimo de sentimentalización. Una mujer que piensa científica u objetivamente está pensando “como un hombre” (Keller, 1991:85).

Así, no sólo se establece una distinción entre conocimiento objetivo –en tanto racional, autónomo, eficiente, masculino– y conocimiento subjetivo –irracional, emocional, implicado, femenino–, sino que además esta relación implica una jerarquía a partir de una asignación arbitraria de masculinidad al pensamiento científico hegemónico considerado válido y universal. Así, la marginalización de las mujeres en las ciencias exactas y disciplinas tecnológicas es una consecuencia predecible de esta retórica: la objetividad, la neutralidad y la femineidad, desde ese enfoque, son irreconciliables.

En consecuencia, si bien las estadísticas señalan una participación más equitativa según género en la educación superior, permanece vigente lo que podríamos caracterizar en términos de división sexual del conocimiento. Este fenómeno puede ser comprendido en dos sentidos complementarios. Por una parte, acentúa la segregación horizontal en tanto las mujeres se concentran en un número reducido de disciplinas, disponiendo a priori de un menor rango de elección. Esto implica la existencia de ámbitos exclusivamente femeninos o masculinos, concebidos a partir de una matriz de género binaria y heteronormativa que concede características “innatas” específicas a los hombres y a las mujeres, y por lo tanto, otorga lugares diferenciados en relación a la producción de conocimiento.

Al respecto, el informe del Ministerio que precedió el anuncio del recorte, advierte que: “La distribución global por género es adecuada. Resta conseguir una mayor representación femenina en algunas ramas, como las Ciencias Exactas y Naturales, Ingenierías, y en general, en las áreas y disciplinas que pueden ofrecer vinculaciones con el sector productivo” (MinCyT, 2016); es decir que la restricción se efectuó precisamente en las áreas con mayor presencia de mujeres.


Distribución de investigadores/as según áreas. Fuente: CONICET

A su vez, no sólo el número de mujeres se concentra mayormente en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, sino que además el ritmo de sus carreras profesionales sufre una ralentización con el transcurso de los años, profundizando la brecha entre mujeres y varones que acceden a los cargos docentes más altos así como a la carrera de investigación. Así, la segregación vertical supone la primacía de los hombres en las posiciones jerárquicas, conformando una suerte de pirámide donde las mujeres ocupan los puestos más bajos y más numerosos, mientras que los varones son los que acceden a los escalafones más elevados. Ya es ampliamente conocida la noción de “techo de cristal”, que hace referencia a los obstáculos –tanto materiales como simbólicos– que impiden a las mujeres acceder a puestos de mayor jerarquía y remuneración.

El informe anteriormente citado también advierte una sub-representación femenina en las categorías más altas de la carrera de investigación en el CONICET –Investigador/a Principal y Superior– y explica que “probablemente se deba a que el ingreso femenino es relativamente reciente, y se manifestará en esas categorías recién en los años próximos” (MinCyT, 2016), omitiendo cualquier descripción o anticipación acerca de cómo planifica el organismo en cuestión alcanzar dicha equidad.

Esta aproximación al panorama actual permite identificar la centralidad de los factores socioculturales en la asignación de “capacidades naturales” a los hombres y a las mujeres que les destinan lugares diferenciales en el mundo de la ciencia y la tecnología. En la actualidad se constata cómo las mujeres suelen dedicarse a determinadas disciplinas consideradas más “femeninas” y cómo ocupan los lugares más bajos del escalafón académico y profesional, a la vez que el prestigio de una disciplina es inversamente proporcional al número de mujeres que la practican.

La definición de núcleos estratégicos: ciencia para qué y para quién

En el año 2012, durante el mandato presidencial de Cristina Fernández de Kirchner, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva presentó el Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación “Argentina Innovadora 2020” destinado a promover la generación de conocimiento científico-tecnológico y la jerarquización de la actividad de los investigadores e investigadoras en las instituciones estatales, mediante el aumento del financiamiento y el estímulo a la innovación productiva. Recuperando iniciativas desarrolladas previamente bajo esa misma gestión, el Plan proponía una serie de metas a corto plazo a cumplimentar durante el período 2012-2015, de cara a objetivos que se alcanzarían al finalizar la década en curso.

Uno de los rasgos distintivos fue el alto grado de participación que demandó la elaboración de la propuesta, convocando a otros Ministerios pertinentes, organismos de ciencia y técnica, universidades, autoridades provinciales de ciencia y tecnología, sector privado, expertos/as en una amplia gama de disciplinas relevantes y organizaciones de la sociedad civil para que se involucraran activamente en la identificación de problemas y oportunidades para promover el desarrollo científico-tecnológico y la innovación, así como en la definición de las prioridades de intervención. Se delimitaron así seis líneas de trabajo que comprendían y convocaban a la totalidad de las disciplinas y campos de conocimiento de las universidades nacionales, con el objetivo de incrementar en un 10% anual la planta de investigadoras/es.


Áreas temáticas estratégicas definidas en el Plan “Argentina Innovadora 2020” para el período 2012-2015. Fuente: Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, 2012

Como parte de un viraje en la orientación de las políticas científicas, la nueva gestión decidió sostener el Plan pero redefiniendo los núcleos estratégicos e invocando estas nuevas prioridades para fundamentar la disminución en un 60% de la cantidad de ingresantes a la carrera de Investigador/a de CONICET. El recorte se realizó mayormente en las postulaciones provenientes del campo de las humanidades y las ciencias sociales, frente a lo que el anuncio oficial comunicó que: “Los temas de investigación de los becarios que ingresan al sistema (…) son esencialmente elegidos por los postulantes y no reflejan las políticas de focalización que propone el MINCyT”. Así, la cesantía de investigadoras/es y la restricción en el ingreso de quienes habían sido recomendados/as por la Comisión Evaluadora con dictámenes satisfactorios, tiene un impacto no sólo en la formación e incorporación de recursos humanos para la producción científica nacional, sino también en las temáticas que se consideran estratégicas y prioritarias para el conjunto de la población.

En este sentido, parte de los proyectos de investigación rechazados corresponden a temas e inquietudes que remiten directamente a problemáticas de género; investigaciones que en los últimos años han resultado una fuente de insumo para el diseño e implementación de políticas vinculadas al ejercicio de la sexualidad y a la igualdad de género –como las leyes de Educación Sexual Integral, Matrimonio igualitario, Identidad de género, entre otras–, a la vez que han acompañado y fortalecido las demandas, luchas y conquistas de movimientos de mujeres y sociosexuales. Bajo el argumento de la “utilidad”, la discontinuidad de estos proyectos contribuye directamente a desmantelar la articulación y el trabajo mancomunado que caracterizó la relación entre la producción académica, las organizaciones sociales y los organismos públicos abocados a estas temáticas, durante más de una década.

Consideraciones finales

El panorama actual plantea un escenario crítico para la ciencia en las universidades, donde la estrategia del MinCyT es restaurar el enfrentamiento –ya caduco, ya saldado, ya superado–  entre las distintas ramas de la ciencia. Esta iniciativa, más que una división entre áreas, instala la competencia entre colegas, reforzando la idea de una carrera individualista, solitaria, alejada de las necesidades que la sociedad demanda de la ciencia.

Frente a esta embestida neoliberal, alentada por el ataque mediático, es necesario agudizar la mirada epistemológica sobre la producción científica para visibilizar cómo determinados valores contextuales ligados a preconcepciones sobre los fenómenos sociales –entre ellos, la ciencia en sí misma– guían las investigaciones, determinan qué hipótesis seleccionar y qué métodos usar; delimitan, en suma, qué conocimiento puede ser considerado científico y socialmente relevante. Son estos valores los que operan para obstaculizar el ascenso de las mujeres en la carrera científica, a la vez que “descalifican” o devalúan el prestigio de una disciplina o área según las temáticas, la metodología empleada o la mayor presencia femenina.

Siguiendo a Harding, la producción científica que no admite la participación de las mujeres en igualdad de condiciones, tampoco puede ser utilizada para la construcción de conocimiento con fines emancipadores. Un claro desafío que nos plantea esta encrucijada es profundizar la problematización de la conformación de la ciencia como un ámbito fuertemente masculinizado, tanto en relación a los sujetos que acceden, validan y divulgan la producción científica, así como respecto a la selección de los problemas de investigación considerados valiosos, al conocimiento científico mismo y a las cualidades que se le asignan. Incluir una mirada de género como variable transversal a los contenidos de la investigación, ampliando los recursos empíricos y teóricos y formulando nuevos propósitos para la ciencia social, resultará fundamental para lograr una producción científica nacional, orientada al desarrollo de una sociedad justa e inclusiva.

Agradecimientos

A Graciela Morgade, directora de mi tesis doctoral en curso, y a mis compañeras/os de investigación que comparten estas preocupaciones sobre el devenir de la ciencia.

Referencias

Castaño, Cecilia y Webster, Juliet, 2014. Género, ciencia y tecnologías de la información. Barcelona, Editorial Aresta.

Clair, Renée, 1996. La formación científica de las mujeres. ¿Por qué hay tan pocas científicas? Madrid, Libros de la Catarata.

Frías Ruiz, Viky, 2001. Las mujeres ante la ciencia del siglo XXI. Madrid, Editorial Complutense.

Harding, Sandra, 1996. Ciencia y Feminismo. Madrid, Ediciones Morata.

Keller, Evelyn, 1991. Reflexiones sobre género y ciencia. Valencia, Alfons el Magnanim.

Secretaría de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, 2012. Argentina Innovadora 2020. Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación. Lineamientos estratégicos 2012-2015. Buenos Aires, Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.

Secretaría de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, 2016. Relevamiento y diagnóstico preliminar para el documento Lineamientos de la investigación fundamental. Buenos Aires, Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.

Cecilia Ortmann

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