Los criptoactivos, como bitcoin y ethereum, han dado mucho que hablar en los últimos años: desde su subida (y posterior bajada) en cotización, la propuesta de “revolucionar” la internet en un concepto que se ha denominado web3, hasta el boom de los NFTs (generalmente asociados a obras de arte digital). En esta nota intentaremos resumir la ideología y la tecnología en la que se desarrollan estas ideas, para introducirnos a las razones de ser de un mundo que hace casi 15 años está buscando problemas concretos para resolver, más allá de “ponerse de moda”, y que hasta ahora sólo consiguió especulación, lavado de dinero, evasión de impuestos y compra-venta de artículos ilegales.
Vamos a comenzar con un poco de historia. Los criptoactivos como los conocemos ahora (también llamados criptomonedas) nacen en el año 2009 con su primera expresión: el bitcoin. Bitcoin nace como una respuesta anarco-capitalista a la crisis financiera global del 2008, como una búsqueda de mayor libertad financiera, más descentralización y menos regulación. Su creador es desconocido, aunque se conoce por su pseudónimo, Satoshi Nakamoto. Satoshi Nakamoto describe a su creación como “un sistema electrónico de dinero en efectivo entre pares” y su implementación está basada fundamentalmente en técnicas de criptografía; de ahí nace su nombre original de cripto-moneda. Es mediante estas técnicas de criptografía que se logra uno de sus objetivos principales: la descentralización. Es interesante, sin embargo, notar que la descentralización (y su asociada “resistencia a la censura”) no es una característica propia de bitcoin. Gran parte de la internet es descentralizada e incluso ahora hay protocolos descentralizados de internet que gozan de muchísima salud, como por ejemplo bittorrent. La característica diferencial de bitcoin no es la descentralización, sino las escasez: mientras que protocolos como bittorrent permiten compartir información, bitcoin lo que permite es *transferirla*. Así, lo que tenemos es información que puede ser 1) transferida; 2) de forma descentralizada; y 3) que no se puede duplicar. Si interpretamos esa información como “dinero”, logramos reproducir, digitalmente, el dinero en efectivo.
Hasta ahí, el concepto general de bitcoin. Vamos a hablar de dos (entre varios) asuntos fundamentales de este enfoque. El primero de todos es el objetivo principal: en general, en el movimiento bitcoin, hay una tesis respecto de que todos los problemas políticos y económicos son, fundamentalmente, monetarios. El concepto llega al punto tal de tener como slogan, en redes como twitter, reddit y discord entre otras, “Arreglar el dinero es arreglar al mundo”. Según quienes promueven estas ideas, los Bancos Centrales al emitir dinero libremente, generan inflación que destruye el poder adquisitivo y todo sería mejor si los Bancos Centrales no existieran (sin ir más lejos, hay un ruidoso grupo en la política argentina que tiene como slogan demoler el BCRA). Bitcoin evita esto porque la cantidad de bitcoins disponibles *en total*, de acuerdo al programa en sí, es limitado (21 millones); de este modo, no se podría emitir y como moneda sería, por construcción, deflacionaria. Sin ponernos a discutir los detalles de la emisión monetaria y los problemas de tener monedas deflacionarias, el sustrato político de bitcoin es evidente: quitarle herramientas a los estados para poder hacer política monetaria. Por otro lado, la idea de poder hacer transacciones de forma completamente descentralizada generó, no sorprendentemente, un uso casi total de bitcoin para poder realizar compra-venta de drogas, personas y pago de rescates en la dark web. El ejemplo más conocido es el de Silk Road, un portal online de compra-venta de drogas, falsificación de documentos y otros bienes ilegales. Este portal fue diseñado y liderado por el estadounidense Ross Ulbricht, un adherente del libertarianismo extremo de von Mises, que hoy cumple una condena de por vida (en realidad, dos condenas de por vida más cuarenta años) en Tucson, Arizona. Para le lectore que tenga ganas de adentrarse un poco más en cómo conciben les bitcoineres el dinero y la política, recomiendo leer el esclarecedor libro El Patrón Bitcoin, de Saifedean Ammous. Una brillante lectura crítica de la evolución político-económica del movimiento bitcoiner la pueden encontrar en La Política de Bitcoin: el Software como Extremismo de Derecha.
El otro asunto que vale la pena mencionar es el de la implementación: ¿cómo logra, efectivamente, ser bitcoin una red descentralizada en la que no se puede duplicar la información? Y aquí voy a hacer una descripción conceptual de bitcoin (adentrarnos más en la implementación puede volverse muy complejo; pero si quieren saber un poco más de eso vean el video de 3Blue1Brown https://www.youtube.com/watch?v=bBC-nXj3Ng4). Esencialmente lo que hace bitcoin es votar: cada uno de los “nodos” de esa red descentralizada puede votar si acepta o no una transacción. Cada 10 minutos, el bloque de transacciones que tenga más votos se agrega a la cadena de transacciones ya existentes, formándose así una cadena de bloques (o, en inglés, blockchain). Todes sabemos lo problemático que es “votar” en internet: como no es sencillo garantizar la relación “una persona, un voto”, muchas veces un mismo usuario crea miles de “títeres” virtuales para modificar artificialmente el resultado de una votación; este ataque es conocido, en la jerga, como ataque Sybil. La solución de bitcoin a este problema es hacer que a cada uno de esos “nodos” les cueste energía (¡y mucha!) crear estos títeres. Y cada “unidad de energía” que se gasta en la votación vale un voto. De este modo, el “consenso” sobre qué bloque se agrega a la cadena es el que más votos tiene; es decir, en el que más energía se gastó. Esto es lo que se conoce como mecanismo de consenso Proof of Work (Demostración de Trabajo). Pero como necesitamos que los nodos tengan algún incentivo para validar estos bloques y votar en estas elecciones, a cada voto emitido le damos, como premio, una fracción de bitcoin que se saca de una “reserva”. Dicho incentivo se traduce en gastar más y más energía en la votación para ser acreedor de más y más porcentaje del premio. Este proceso es el conocido como “minería” de bitcoin, por su similitud conceptual con el minado de metales preciosos como el oro. Es por esta dinámica que bitcoin es una red que gasta cantidades ridículamente altas de energía (aproximadamente lo mismo que consume toda la Argentina) en procesar muy pocas transacciones. Como comparación, una sola transacción de bitcoin consume lo mismo que todo un hogar típico durante un mes y, a su vez, 1 millón de veces lo que consume una transacción de tarjeta de crédito. En un mundo al borde del abismo de la crisis climática, bitcoin es un gran salto hacia adelante.
Al problema energético se le suma el problema de la escalabilidad: procesar una transacción en bitcoin lleva tiempo, y mucho. Cualquier transacción toma como mínimo 10 minutos para ser procesada y, para estar más seguros, hay que esperar 2 o 3 veces este tiempo. Así que su uso cotidiano como dinero en efectivo es bastante incómodo, por no decir prácticamente imposible. Surge de aquí una nueva interpretación de bitcoin, la que parece ser hoy la más establecida en la comunidad: una reserva de valor. Las únicas formas de obtener bitcoin es gastando energía (es decir, dinero) para minarlo o comprándoselo a otro. Y es debido a esta escasez que bitcoin puede tener asociado un precio de mercado. Vale aclarar que, al igual que el oro, el bitcoin tiene valor por construcción social: no genera nada de valor ni se usa para nada más excepto que para simbolizar un precio. Sin ir más lejos, mañana mismo cualquiera de nosotres puede crear una moneda idéntica al bitcoin e igualmente no va a tener el mismo precio. Esta característica vuelve a su precio extremadamente especulativo. Si hubiéramos escrito esta nota hace nueve meses, habríamos dicho que el total de bitcoin minados valían más de 1 billón (un millón de millones) de dólares. Hoy vale menos de la mitad, cerca de 400 mil millones.
Cripto no es sólo bitcoin
Pero el mundo cripto no se detiene en bitcoin. Hay alrededor de 20 mil criptoactivos diferentes. Quizás el más llamativo después de bitcoin sea ethereum. El objetivo de ethereum es mucho más ambicioso que el de bitcoin; si bitcoin pretende ser una expresión del dinero, ethereum pretende ser una expresión de todo. Una máquina gigante en la que se puedan hacer todas las transacciones que pueda desear el ser humano, construida sobre la verdadera innovación de los cripto-activos: la generación artificial de escasez. Un ejemplo que estuvo bastante de moda últimamente es el de los NFT, Non-Fungible Tokens. La fungibilidad de un bien es que pueda ser reemplazado por otro de igual valor sin ningún tipo de perjuicio. Por ejemplo, todos los billetes de $1000 valen lo mismo, sin importar el número de serie que lleven impreso. Los NFT, en cambio, son representaciones únicas guardadas en una blockchain: cada NFT es distinto del otro y no se pueden reemplazar entre sí. El uso principal de los NFT en los últimos meses fue como “representación de arte digital”. Para entender por qué esto tiene precio, tenemos que adentrarnos un poco en el precio del arte. ¿Qué hace que un cuadro de Picasso tenga el valor que tiene? En una época en la que cualquier obra se puede reproducir técnicamente, el valor de una obra de arte trasciende sus características mecánicas. Si copiamos el Guernica de Picasso punto por punto, trazo por trazo, nuestra copia no tendría su mismo valor a pesar de ser idénticas. Walter Benjamin asocia el valor de las obras de arte a su “aura”, eso que no puede ser reproducido. El mundo del arte, sobre todo el contemporáneo, juega mucho con ese concepto: hay una conocida obra de arte, llamada “Comediante” que consiste en una banana pegada con cinta a una pared. Cualquiera puede pegar una banana en la pared. Es más, la fruta tiene un tiempo de vida finito, por lo que ¿cómo se puede vender? Lo que vendió el artista es, en realidad, el certificado de autenticidad de la obra, con las instrucciones para instalarlo. Quien posea ese certificado y pegue una banana con cinta a la pared puede decir que tiene la obra original. Una hermosa (y quizás bastante satírica) expresión de la transacción arte ante la reproducibilidad. Los NFT son ese certificado de autenticidad: si bien cualquiera puede tener un jpg de un dibujo de un mono, hay un único certificado de autenticidad para ese jpg. Lo que “vale” no es el jpg, sino el certificado en la blockchain. Donde antes había abundancia (copiar y transferir jpg es una actividad de costo casi nulo) ahora hay escasez: nuevamente, el verdadero diferencial de los criptoactivos. Si bien puede ser interesante el NFT como un concepto para estudiar la transaccionabilidad del “aura” del arte (como en el caso de Comediante), quizás pensarlo como “una revolucionaria manera de propiedad digital”, “el futuro del mercado del arte” o “una inversión que te va a hacer millonario” sea en el mejor de los casos discutible. Toda su existencia parece más bien responder a la frase “era una joda y quedó”.
El tecnosolucionismo al palo
Los NFT son un ejemplo más de “tecnosolucionismo”, donde el énfasis está en qué podemos hacer con la tecnología para luego buscar una aplicación a un problema real sin pensar en el impacto socio-político que la solución genera. El tecnosolucionismo es gran parte del marco teórico actual de las aplicaciones de la blockchain y sus promotores, yendo desde usar NFTs para poder certificar historia de mantenimiento de automóviles (https://www.theverge.com/2022/2/9/22925040/alfa-romeo-nft-service-history-vehicle-data-second-hand-prices) hasta el uso de úteros artificiales para reducir la brecha salarial de género (https://twitter.com/VitalikButerin/status/1483491180906045440). Lo primero se puede hacer sin la necesidad de utilizar los NFT; lo segundo no resiste análisis de ningún tipo. Los conceptos técnicos, políticos y filosóficos detrás de las blockchain son complejos y, a su vez, híper complejizados. En la explicación de cómo funcionan hay mucho ruido y pocas nueces, lo que permite el florecimiento de estafas de todo tipo (https://web3isgoinggreat.com/ para ver una lista) y de discursos políticos escondidos detrás de revoluciones tecnológicas. Como botón de muestra local, hace no mucho tiempo Darío Hugo Nieto, ex secretario privado de Mauricio Macri, actual legislador porteño y procesado por espionaje ilegal, habló del uso de “blockchain, metaverso y criptos” para hackear al Estado, aduciendo que significa “100% de trazabilidad, eficiencia, automatización, transparencia”. Nunca, en ningún momento, hay una propuesta concreta del uso de la blockchain; sólo la confianza en que una tecnología nueva (que, para ser precisos, ya tiene más de diez años) es mejor.
Gran parte de la comunidad tecnológica es escéptica respecto de las aplicaciones reales de la blockchain para resolver problemas concretos (ver, por ejemplo, la reciente carta abierta en https://concerned.tech/). La única forma responsable de abordar los posibles usos de la tecnología en el universo cripto es mediante un análisis concreto del problema que resuelve, el costo, las ventajas y las alternativas; y no siguiendo modas. Hoy por hoy detrás del discurso cripto sólo hay promesas y política anti-estado, y ninguna solución real.
BIBLIOGRAFÍA
Benjamin, Walter (2019). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (Trad. F. Santos). Ediciones Godot (Trabajo original publicado en 1936).
Doctor en Física por la Universidad de Buenos Aires. Es docente universitario y actualmente se dedica a la ciencia de datos y machine learning. Entre sus trabajos se encuentran desarrollos de tecnología agropecuaria, marketing y videojuegos móviles.