Ciencia Propia

Incendios forestales en Argentina: aportes a una discusión que nos debemos.

Por Sebastián M. Bonnin. Ingeniero forestal y doctorando de la Facultad de Cs. Agrarias y Forestales (UNLP). Investigador en la EEA Delta del Paraná (INTA).

Mientras escribo este artículo escucho el ruido de un helicóptero que sobrevuela el Parque Nacional Ciervo de los Pantanos. El incendio comenzó hace 2 días y continúa humeando. A las 8:00 am el termómetro de mi oficina marcaba 28 °C y el Servicio Meteorológico Nacional no pronostica lluvias por varios días. Estamos atravesando un verano con temperaturas elevadas luego de un año marcado por la sequía y veo en el reporte diario del Servicio Nacional de Manejo del Fuego varias decenas de incendios en distintos puntos del país. Es probable que sean muy distintos en dimensión, alcance, origen y daños provocados. Así de complejo es el tema: 2.791.810 km2 de superficie continental argentina en la que podemos encontrar una gran diversidad de climas, ecosistemas y sistemas productivos.

 Incendio en el Parque Nacional Ciervo de los Pantanos. Foto: Paula Ribas, Télam

¿El fuego es el enemigo?

El fuego es un factor de disturbios en los ecosistemas desde mucho antes que el hombre pudiera siquiera manejarlo. Los incendios naturales fueron modeladores del paisaje de innumerables regiones del mundo y tuvieron influencia en la adaptación de gran cantidad de especies vegetales y animales. Por ejemplo, en nuestro país hay evidencia de que en la Patagonia ocurrieron incendios naturales que dejaron rastros de carbono en el polen y en los sedimentos de hace varios miles de años (Mundo, 2011). Es decir, en la naturaleza hay especies que conviven con el fuego y, como sucede con otros disturbios naturales, son capaces de adaptarse a ellos para llevar adelante su ciclo de vida. De hecho, no son pocos los ejemplos de árboles que necesitan de estos disturbios para garantizar la diseminación de sus semillas y/o el establecimiento de sus renovales. Por ejemplo, hay especies del género Pinus sp. (comúnmente conocidos como pinos) que poseen conos serótinos: se mantienen cerrados durante muchos años y solo se abren para dispersar las semillas cuando son expuestos a altas temperaturas (Gil et al., 2009). Aquí es, entonces, donde debemos detenernos a reflexionar: si el fuego es un factor más de la naturaleza que moldea el paisaje e interviene en los procesos ecológicos que se desarrollan en el mismo, ¿por qué combatirlo? Una posible respuesta es que, en la inmensa mayoría de los incendios forestales que vemos hoy en día, el factor determinante es antrópico y no natural. Según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, el 95% de los incendios forestales son de origen antrópico y, evidentemente, esto influye de forma directa en la dinámica y frecuencia que naturalmente tendrían estos disturbios en el ambiente (Fuentes-Ramirez et al., 2020). Es decir, es el hombre el que pone en jaque los ecosistemas naturales y sistemas productivos con incendios que provienen, muchas veces, de la negligencia y el desconocimiento y, otro tanto, de la intencionalidad manifiesta. En varios de los últimos incendios masivos que fueron noticia no se pudo identificar la causa de origen; en otros se descubrió desde un fogón mal apagado en un camping, la sobrecarga y explosión del tendido eléctrico, hasta la imagen de una persona comenzando un incendio de forma claramente intencional. Más allá del origen de esa primera chispa, es evidente que debemos poner el foco en la prevención. El combate de incendios es una tarea que demanda una gran cantidad de recursos y se cimienta en el enorme compromiso por parte de los y las brigadistas. que ponen en riesgo su vida por el bien común. Que tengan el menor trabajo posible es una responsabilidad que todos debemos asumir. 

Reporte diario de incendios forestales. Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sotenible.

Algunos aspectos técnicos

Para mejorar el debate deberíamos ponernos de acuerdo sobre qué es un incendio forestal y cómo podemos caracterizarlo. Según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible “un incendio forestal es un fuego que se propaga libremente con efecto no deseado para la vegetación y sin estar sujeto a control humano”. A esta caracterización general se suman conceptos como el de incendios rurales, cuando las áreas afectadas no son boscosas ni aptas para la forestación; o incendios de interfase, cuando el incendio se desarrolla en zonas contiguas urbanas-rurales. Pero, ¿por qué es importante esta definición? Como se puede observar, el incendio forestal comprende el fuego que no está sujeto al control humano. Es decir, no cualquier quema es o deriva en un incendio forestal. Otro aspecto relevante es el comportamiento del fuego. Esto incluye la caracterización respecto de su velocidad de propagación, en qué dirección lo hace y con qué intensidad avanza. Cada una de estas características hacen que los incendios sean muy distintos entre sí: el comportamiento dependerá, entre otros factores, de las condiciones atmosféricas predominantes, el combustible disponible y la topografía del lugar (Argañaraz et al. 2015). La rama de la ciencia que estudia tanto el comportamiento del fuego como el efecto de los incendios en los ecosistemas se llama ecología del fuego (Kleynhans et al. 2021). 

Es probable que todos hayamos escuchado alguna vez hablar sobre el estado en el que se encuentra un incendio forestal que fue noticia. En este sentido, es importante destacar qué significa cada término. Desde el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible se toman las siguientes definiciones:

  • Activo: el fuego se propaga libremente.
  • Contenido: el incendio mantiene su actividad pero, por los trabajos realizados, se detuvo el avance del frente. 
  • Controlado: la línea de control quedó definida y el incendio no es capaz de sobrepasarla.
  • Extinguido: el incendio no muestra actividad en ninguna de sus parte
Partes de un incendio forestal. Fuente: ICONA, 1993. Ilustración: Andrés Oreña

Algunos aspectos normativos

De acuerdo con la Ley 26.815 de Manejo del Fuego el control de incendios se organiza en tres niveles operativos: jurisdiccional, regional y nacional. El primer actor encargado de controlar el incendio es la autoridad local y puede solicitar la movilización de recursos regionales en caso de ver su capacidad sobrepasada. Por último, cuando el incendio supera estas capacidades, entra en juego el Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF). El SNMF “es el organismo dependiente del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, encargado de la coordinación de los recursos requeridos para el combate de incendios forestales, rurales o de interfase”. 

En los últimos años hubo grandes incendios en distintas regiones del país. Desde el Delta del Paraná a los Esteros del Iberá, pasando por los bosques Andino-Patagónicos y las Sierras de Córdoba, prácticamente todas las provincias sufrieron incendios forestales de mayor o menor magnitud. Al momento de escribirse este artículo está incendiándose la Reserva Ecológica Costanera Sur de la CABA. Es decir, el problema atraviesa a todo el país y necesita de un abordaje integral y federal. Ese es el sentido del SNMF, aunque no siempre es una prioridad en la toma de decisiones políticas: según datos oficiales del Ministerio de Economía de la Nación, el Presupuesto 2019 destinó $282 millones de pesos al SNMF pero solo se ejecutaron $195 millones, el 69% de lo presupuestado. Por otro lado, en septiembre de 2022 ya se habían ejecutado $7.000 millones, equivalente al 102% del presupuesto destinado para todo el año. Esto significa que el presupuesto del SNMF aumentó 11 veces en términos reales -descontado el efecto de la inflación- entre 2019 y 2022. Sin embargo, la multiplicación del presupuesto destinada al control de incendios parece ser insuficiente si observamos la ocurrencia de los mismos en ese período. No solo se trata de mayor presupuesto para el control, debemos fortalecer fuertemente la prevención y enfocar las políticas públicas en ese sentido. 

Más preguntas que respuestas

Fuera de los aspectos técnicos y normativos hay espacio para lo debatible, lo opinable. En este sentido quiero aportar algunas reflexiones y plantear preguntas que nos permitan abordar el tema desde varias visiones. Cuando las discusiones atraviesan temas ambientales suelen generarse polémicas entre sectores que parece imposible que lleguen a un punto de encuentro. Yo desisto de esa idea y creo que es posible levantar la vara del debate público. En ese marco, creo importante comprender desde dónde opina cada uno y hacer el ejercicio de ver el problema desde esa visión, la visión del otro. La falsa disyuntiva entre “productivismo” y “ambientalismo” nos lleva muchas veces a un punto estático, una discusión vacía, un espacio de no avance.

Los incendios forestales escapan al control humano, como dice su definición, por lo que su avance implica daños materiales, económicos y ambientales. Sabemos que luego de un incendio las consecuencias en el suelo, la vegetación y la fauna pueden llevar mucho tiempo en ser superadas. También podemos comprender que cuando el fuego arrasa con alambrados, cultivos e infraestructura el daño económico puede dejar al borde de la quiebra a un productor. No deberíamos tener miedo a afirmar que a nadie le conviene, salvo aquellos sectores donde la especulación hace lugar y los incendios les signifiquen más una oportunidad que un problema. En estos casos, sería deseable contar con un Estado fuerte y un Poder Judicial activo que los persiga con el peso de la ley y nos permita diferenciar claramente víctimas de victimarios. 

Así como el fuego es un factor natural de disturbio, el manejo del mismo es una práctica cultural que lleva siglos acompañando diversas actividades humanas. El manejo de pastizales naturales, la regeneración de la vegetación para el ganado, la quema de residuos luego de una cosecha, son algunos ejemplos de prácticas culturales donde el fuego tiene un rol central. Estas prácticas en el marco de una actividad productiva no son el único factor que puede dar origen a un incendio forestal, pero me interesa abordarlas por la complejidad que significa en muchos casos plantear alternativas. Por ejemplo, en la producción forestal puede emplearse el fuego para reducir la cantidad de residuos que quedan en el sitio luego de una cosecha y que quede en condiciones de ser plantado nuevamente. En general, se forman escolleras o montículos y se queman de forma localizada. Uno podría acudir a la bibliografía y estimar el efecto de estas quemas en el suelo, analizar qué sucede con la materia orgánica y los nutrientes, preguntarse cuál es el impacto en la microflora y microfauna edáfica, etc. Ahora bien, al momento de plantear una alternativa se vuelve todo un poco más complejo: ¿Qué escala tiene ese productor? ¿Es una gran empresa capitalizada o un pequeño productor? ¿Las tecnologías que podrían reemplazar el fuego son igual de efectivas? ¿Son accesibles para todos los actores por igual? ¿Cada cuánto y bajo qué condiciones se quema? ¿El fuego es verdaderamente efectivo? En fin, sabemos que utilizamos el fuego con diversos fines y esto nos permite hacernos algunas preguntas. Seguramente las respuestas varíen entre actores, actividades y regiones del país, pero es un primer paso para preguntarnos por qué hacemos lo que hacemos. Es decir, podemos revisar la evidencia científica y evaluar cuál es el impacto que tienen estas quemas en el ambiente. Por otro lado, podemos analizar las razones por las que se llevan adelante y la calidad de “necesaria” de esa práctica. Entre estos dos puntos probablemente podamos hacer un balance de costos-beneficios: ¿Cuál es el umbral que estamos dispuestos a establecer? ¿Los beneficios que obtenemos alcanzan para cubrir los costos? Hacer preguntas es fácil, responderlas es más complejo.

Por último, me parece relevante destacar que estamos atravesando años particulares desde el punto de vista climático. En los últimos tres años hemos tenido la bajante histórica del Río Paraná y el efecto de “La Niña” en el régimen de lluvias. Esta situación debería plantearnos la necesidad de discutir sobre nuestras prácticas productivas y la toma de decisiones. Lo que en “años normales” son quemas controladas (que uno puede comprender, cuestionar, estar a favor o en contra), en años de extrema sequía pueden derivar en incendios catastróficos. Si una quema pretendía regenerar pastos tiernos para el ganado, su desborde puede terminar con su pérdida total; si el efecto original sería localizado y de bajo impacto, su avance descontrolado puede tener consecuencias en el ecosistema por décadas. Por lo tanto, es fundamental que la prevención y la dimensión del riesgo se pongan en el centro de la discusión. Los sistemas de alerta, los índices de peligrosidad y la acción coordinada de los consorcios de manejo del fuego toman particular relevancia en este sentido. Quiénes realizan quemas deben tener en cuenta las condiciones climáticas y disminuir al mínimo posible su implementación; quienes trabajamos de alguna manera u otra en contacto con los sectores productivos tenemos la obligación de pensar y proponer alternativas superadoras; quienes son parte de la toma de decisiones deben llevar adelante políticas públicas claras y sostenidas en el tiempo. La prevención de incendios es uno de los desafíos más grandes que se nos plantean a futuro dadas las previsiones de cambio climático. Es momento de sentarnos en una mesa conjunta a discutir seriamente y con evidencia científica de qué forma adaptamos nuestros sistemas productivos y modos de vida a los escenarios futuros. 

Probabilidad media anual de incendios para zonas de la Patagonia argentina, predicha por el modelo Random Forest durante mediados y finales del siglo XXI en cuatro escenarios de aumento de concentraciones de gases de efecto invernadero (Kitzberger et al., 2022)

Políticas públicas para fortalecer la prevención

La prevención de incendios forestales puede tener varias aristas que abordar. Por un lado, los ciudadanos debemos comprender la importancia de nuestros actos y cómo un pequeño descuido puede derivar en un incendio voraz. Es sabido que solo debemos hacer fuego en lugares habilitados para tal fin, que no debemos arrojar colillas de cigarrillos a la vera de un camino y que debemos prestar particular atención al índice meteorológico de peligrosidad de incendio. Además, las quemas controladas son otra de las formas de prevención de incendios: a partir de la realización de quemas circunscriptas a un área en particular y bajo control, se logra reducir parte de la materia seca disponible como combustible. De este modo, se evita que ante un incendio fuera de control haya disponible gran cantidad de combustible y se propague rápidamente. Este tipo de quemas están reguladas por la ley y se realizan tanto en el ámbito privado como en Parques Nacionales y reservas. Además, es importante llevar adelante capacitaciones para la comunidad en general y para los actores que emplean el fuego como una herramienta de manejo en particular. Por otro lado, la prevención de incendios de escala de paisaje (cuando el incendio sale de lo predial y afecta una enorme superficie) resulta algo más compleja y necesita de una articulación fuerte entre el Estado y los actores privados del medio. En este sentido podemos mencionar algunas herramientas donde las políticas públicas deberían apuntar fuertemente:

  • Conformación y fortalecimiento de los consorcios locales de manejo del fuego.
  • Financiamiento de obras de prevención en campos y predios forestales.
  • Expansión de las capacidades de teledetección y desarrollo de sistemas de información geográfica.
  • Conformación de mapas de riesgo y sistemas de alerta temprana.

Es probable que estas medidas ya existan en varias provincias y que el marco legal actual sea suficiente para darles impulso. Es decir, como sucede en otros aspectos, probablemente es más necesario el cumplimiento efectivo de las leyes vigentes que la innovación legislativa. La prevención de los incendios forestales, rurales o de interface es una responsabilidad de todos, pero necesita de un rol especialmente activo por parte del Estado en todos sus niveles. Las políticas públicas deben orientarse a la adaptación y mitigación de los efectos que las variaciones en el clima nos están provocando. Cuanto más hagamos ahora, menos sufriremos las consecuencias en el futuro.

Referencias

Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA). 1993. Manual de operaciones contra incendios forestales. Madrid, España. 

Gil L., López R., García-Mateos A. y González-Doncel I. 2009. Seed provenance and fire-related reproductive traits of Pinus pinaster in central Spain. International Journal of Wildland Fire, 18(8), 1003-1009. https://doi.org/10.1071/WF08101

Mundo I. 2011. Historia de incendios en bosques de Araucaria araucana (Molina) K. Koch de Argentina a través de un análisis dendroecológico. Universidad Nacional de La Plata. https://doi.org/10.35537/10915/4915

Argañaraz J., Pizarro G., Zak M. y Bellis M. 2015. Fire regime, climate, and vegetation in the Sierra de Córdoba, Argentina. Fire Ecology, 11(1), 55-73. doi: 10.4996/fireecology.1101055 

Fuentes-Ramirez A., Salas-Eljatib C, González M., Urrutia-Estrada J., Arroyo-Vargas P. y Santibañez P. 2020. Initial response of understorey vegetation and tree regeneration to a mixed-severity fire in old-growth Araucaria–Nothofagus forests. Applied Vegetation Science, 23, 210-222. https://doi.org/10.1111/avsc.12479

Kleynhans E., Atchley A. y Michaletz S. 2021. Modeling fire effects on plants: From organs to ecosystems. En Johnson E. y Miyanishi K (Eds.), Plant Disturbance Ecology (2a ed., pp. 383-421). Academic Press. https://doi.org/10.1016/B978-0-12-818813-2.00011-3.

Kitzberger T., Tiribelli F., Barberá I., Gowda J., Morales JM, Zalazar L. y Paritsis J. 2022. Projections of fire probability and ecosystem vulnerability under 21st century climate across a trans-Andean productivity gradient in Patagonia. Science of The Total Environment, 839, 1-13. https://doi.org/10.1016/j.scitotenv.2022.156303

Sebastián Martín Bonnin

Nació en Villa Elisa, Entre Ríos, en 1992. Es ingeniero forestal graduado de la Facultad de Cs. Agrarias y Forestales (UNLP). Entre 2017 y 2022 fue becario CONICET-INTA, período en el que realizó su tesis doctoral basada en silvicultura y ecofisiología de álamos. Actualmente se desempeña como investigador de la EEA Delta del Paraná (INTA) en el área de mejoramiento genético y silvicultura de Salicáceas.