Ciencia Propia

Soberanía alimentaria en la Argentina. Un tema urgente

Por Ing. Agr. Carlos Carballo González 1, Arístide, Pablo 2, Bunge, María Marta 3

1  MSc. en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología. Ing. Agrónomo. Coordinador Responsable “Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria”-CaLiSA. Facultad de Agronomía de la Univ. de Bs. Aires – FAUBA.  [email protected]

2 Dr. en Ciencias Biológicas; Mg. en Agroecología. Integrante “Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria”-CaLiSA. Facultad de Agronomía de la Univ. de Bs. Aires – FAUBA. [email protected]

3 Técnica en Jardinería, Especialista en Planificación del Paisaje. Coordinadora Técnica “Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria”-CaLiSA. Facultad de Agronomía de la Univ. de Bs. Aires – FAUBA. [email protected]

Resumen

La globalización del Sistema Agroalimentario provocó impactos en Argentina que alcanzaron a todos los integrantes de la cadena agroalimentaria, siguiendo las tendencias  impuestas por los actores relevantes del sistema a nivel mundial. Una de las consecuencias más visibles de la situación es que el hambre y la desnutrición, en medio de la abundancia de alimentos, se superpuso con la epidemia de sobrepeso y obesidad que afecta a todas las edades y todos los sectores sociales. A la pobreza y al hambre, presente en todos los modelos de acumulación que se sucedieron contemporáneamente, se suma recientemente   la malnutrición y las enfermedades crónicas no transmisibles, consecuencias de una lógica en la que el alimento es una mercancía más que un derecho.

El mejoramiento de los niveles de vida no se tradujo en una alimentación más saludable, sino en crecientes ganancias empresarias impulsoras  de notables cambios en los patrones alimentarios. No alcanza entonces con reflexionar sobre el modelo productivo, la agricultura familiar y las áreas rurales, sino que deben evaluarse las consecuencias en el bienestar y el ambiente de toda la población. Argentina  constituye un claro ejemplo de que el acceso a una alimentación adecuada es independiente de la disponibilidad de alimentos, recursos naturales, conocimientos, tecnología o capital.

El debate acerca del vínculo entre alimentación saludable, desarrollo y sustentabilidad se intensificó desde el año 2008, cuando creció el  reclamo de la universalización del “derecho de los pueblos a definir sus propias políticas de producción, distribución y consumo de alimentos, a fin de garantizar una alimentación cultural y nutricionalmente apropiada para toda la población”. A pesar de ello y, tal como sucedió con otras expresiones de la soberanía nacional y popular, las luchas y propuestas alternativas generadas no lograron revertir  la pérdida de soberanía alimentaria.

1.- Argentina en un mundo en crisis

La inédita y compleja superposición a nivel mundial de las crisis económica-financiera, energética, alimentaria y climática global impacta en todo el planeta Tierra en sus distintos niveles. Ninguna de ellas es autónoma de las restantes (Beinstein, 2009) y fundamentan la “crisis civilizatoria” a la que muchos  pensadores y movimientos sociales se refieren en las últimas décadas (Lovelock y otros, 1990; Shiva, 2003; Boff, 2006; Francisco, 2015).

Argentina constituye un ejemplo de que el hambre tiene poco que ver con la sola producción de alimentos; en “el granero del mundo” de principios del siglo veinte y notorio integrante de la “República Unida de la Soja” a principios del siglo veintiuno, aunque “sobra e incluso se tira comida” persiste la pobreza y se incrementa la obesidad, indicadores de las restricciones existentes para poner los bienes disponibles al servicio de todos.

Argentina es un gran productor de alimentos y de materias primas para la alimentación humana desde hace más de un siglo, consecuencia del rol que le fue asignado en la división internacional del trabajo debido a su excepcional dotación de recursos naturales y su clima. Ese vínculo con los mercados internacionales determinó, también, las características que adoptó la oferta de alimentos en el país y de los cambios en el “patrón alimentario” de sus habitantes.

Es destacable que a partir de las últimas décadas del siglo veinte Argentina se vinculó a los mercados sobre todo como exportadora de forrajes, soja especialmente, materia prima utilizada para la generación de proteínas animales. La ganancia extraordinaria generada por este cultivo aceleró la reconfiguración de la estructura agraria, con impactos económicos, sociales, ambientales, culturales, políticos y éticos de magnitud. Es notoria su incidencia en la pérdida de seguridad alimentaria.

El mejoramiento de los niveles de vida de la población observado a principios del siglo veintiuno aumentó el consumo de alimentos, pero no lo hizo más saludable, ya que se incorporaron productos de menor calidad, por lo que urge pasar a  modelos de producción y consumo más autónomos y sustentables. Esto implica cambios de magnitud en la sociedad y el Estado, ya que es imperioso democratizar el Sistema Agroalimentario Argentino (SAA).

2.- El hambre y la desnutrición

Relacionando los “Balances de Alimentos” de la FAO y las “Necesidades Alimentarias” establecidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), se observó que los alimentos disponibles superan en más del 10% el consumo medio mundial de la población. Sin embargo, se registran serios problemas de hambre y desnutrición, evidenciando el fracaso del Sistema Alimentario para satisfacer el derecho a una alimentación adecuada. Dos razones se destacan en la explicación de esta tragedia: a) el deterioro de los sistemas de producción agrarios, incapaces de sostener en el tiempo la producción de alimentos; b) la inequidad; la creciente exclusión y la mala alimentación constituyen la “otra cara” de una concentración de  la riqueza que atenta contra la vida.

Aguirre (2015) incorporó también una crisis en la comensalidad, consecuencia de que el tipo de oferta de alimentos que promueve el mercado resignifica patrones alimentarios de las distintas culturas, e incidió en la despersonalización y la individualidad de sus integrantes.

Algo similar ocurre en la Argentina. La pobreza y el hambre acompañaron su historia y siguen presentes; estudios referidos al último siglo son categóricos: las condiciones de trabajo y de vida de los asalariados (Bialet Massé, 1901) y las consecuencias de la gran crisis de los años 1929 y 1930, por ejemplo, demuestran que no se trata de una problemática reciente, ni limitada a algunos “bolsones de pobreza”, o a poblaciones “vulnerables”. En promedio, el 30% de la población nacional experimentó carencias alimentarias a lo largo del último siglo, con fluctuaciones en distintos momentos y territorios, incluso en contextos con fuerte expansión de la agricultura industrial, y sobre todo de la producción de granos, como en las últimas décadas. La aprobación del “Programa Alimentario Nacional” (PAN, 1984); la crisis del 2001 y 2002, con 50% de la población pobre y 25% indigente; la puesta en marcha del “Plan Nacional de Seguridad Alimentaria” (2003) y el inicio de la “Asignación Universal por Hijo” (2009), constituyen hitos de un pasado reciente.

2.1.-El Sistema Agroalimentario en Argentina (SAA)

La concentración de los bienes naturales, de la producción, de la distribución, transformación y exportación de las materias primas o alimentos generados, dio lugar a sociedades cada vez más desiguales, como también se observa en el Sistema Agroalimentario Argentino. En su análisis se destacan las transformaciones en todas y cada una de las etapas de prácticamente todos los Subsistemas o Cadenas que lo integran, lo que incidió en la alimentación de la población. Transformado el alimento en una mercancía más, es lógico que una producción agroalimentaria dirigida por los mercados haya influido en la oferta disponible.

Comprender la dinámica y las interrelaciones que se establecen en un Sistema Agroalimentario como el argentino –profundamente relacionado con el Sistema Agroalimentario Mundial- requiere dar respuesta a un conjunto de interrogantes referidos a las cinco etapas o eslabones que lo configuran- producción primaria, comercialización, industrialización-transformación, distribución y consumo o exportación. En sociedades altamente urbanizadas como la argentina, debería también incorporarse el análisis de la utilización/reciclado de los desechos de cada una de esas cinco etapas.

  1. Etapa de producción primaria

Numerosos autores coinciden en los aspectos sustanciales de la caracterización del sector agrario de la etapa primaria del SAA, Azcuy Ameghino (2015) sintetiza en toda su complejidad y destaca: la concentración del capital, la producción, la provisión de insumos y la comercialización; la continuidad de la gran propiedad y el latifundio; la agudización de las condiciones de producción y de vida: la migración desde el “campo profundo” o “el otro campo”; el avance del extractivismo, el monocultivo, la degradación de los ecosistemas y la contaminación del ambiente. En tanto, es notable el retroceso de la agricultura familiar, campesina e indígena (Obstchatko y otras, 2006), la degradación de los suelos y el grave deterioro ambiental.

La soja, cuya expansión se acentuó a partir de 1996 –momento en que se autorizó la incorporación de semillas genéticamente modificadas o “transgénicas” se convirtió en la referencia obligada de un modelo de crecimiento agrario basado en el monocultivo y la exportación de “commodities”. Son característicos de este modelo las unidades productivas de gran superficie, la utilización de tecnología intensiva en maquinaria e insumos y extensiva en mano de obra,  economías de escala, participación del capital financiero, capacidad de negociación con los proveedores de insumos, servicios y comercializadores, constituyen características relevantes del modelo hegemónico de producción de granos. Esta agricultura industrial “…es sinónimo de desmontes, gravísimo deterioro de los suelos, contaminación generalizada de las fuentes y reservorios de agua, degradación del medio y de los agrosistemas, destrucción de la biodiversidad y expulsión masiva de poblaciones rurales…”, pero como lo señalan los “Médicos de Pueblos Fumigados” (2013) las consecuencias son más amplias y generalizadas.

b) Comercialización y transformación

El proceso de concentración es observable en todas las cadenas agroalimentarias y, particularmente, en sus núcleos decisorios, (Teubal y Rodríguez, 2002), generalmente situados en la elaboración, en el mercadeo mayorista para la comercialización interna o de exportación. Este análisis contribuye a dar respuesta a preguntas claves, acerca del qué, quiénes, cómo, dónde, por qué y para qué producen. Transformado el alimento en una mercancía más, es lógico que la producción agroalimentaria quede librada a las decisiones de los mercados (Aguirre, 2015) e influya en la oferta de alimentos disponibles para la población (Barruti, 2013).

Ahora bien, los cambios producidos en la industrialización y comercialización de las cadenas que conforman el Sistema Agroalimentario no fueron ajenas al proceso regresivo y heterogéneo ocurrido en todo el sector industrial en la década de los noventa (Kosakoff, 1994; Rapaport et al, 2006). Las políticas de ajuste condujeron a la centralización y desnacionalización en manos de grandes grupos transnacionales, quienes incorporaron nuevas tecnologías que permitieron organizar la producción a escala global, promueven simultáneamente el cambio del patrón alimentario, y aceleran la homogeneización de la “dieta global” y la pérdida de identidad. En el año 2000 controlaban alrededor del 70% del producto bruto generado en la manufactura de alimentos, bebidas y tabaco (INDEC, 2000), que se incrementó posteriormente. Por cierto, las transformaciones en la industria alimentaria y en el sistema de distribución de los alimentos no fueron posibles sin un marco adecuado de políticas públicas y el compromiso del Estado.

c) La gran distribución

El ingreso de capitales y empresas extranjeras también impactó fuertemente en la comercialización de alimentos; los cambios se intensificaron a partir de la década de 1980  en especial a partir de 1993, cuando se expandió el modelo de la gran distribución. Según Aguirre (2015) “…el sector supermercadista comprende más de 11600 empresas que suman 8672 bocas de expendio (…) sin embargo sólo 7 firmas (…) aunque sólo reúnen el 15 % de las bocas totales del país, venden el 58 % del total de alimentos y bebidas de la Argentina”. Tres empresas representan el 70 % del total de las ventas de los siete principales grupos empresarios.

Inicialmente los grandes grupos se concentraron en las áreas geográficas con mayor nivel de ingresos, pero luego diversificaron sus estrategias para tratar de llegar a sectores con menores niveles de ingresos y compitieron también en la distribución minorista o de vecindad.

d) El consumo

El continuo proceso de migración rural-urbano dio lugar a una importante reducción del número de productores agrarios, por lo que el abastecimiento de los alimentos depende de cada vez menos empresas lo que implica la pérdida de autonomía que afecta incluso la capacidad de autoabastecimiento de las familias de pequeños productores y de los habitantes de los pueblos y de las comunidades rurales.

El notorio desplazamiento de los productos frescos por otros cada vez con mayor grado de industrialización o procesamiento, es resultante de las transformaciones laborales, de género y de hábitos, que modificaron los roles productivos y reproductivos, y de las maneras de vivir y de comer de la sociedad argentina.

Las metas de seguridad alimentaria que Argentina alcanzó históricamente no se sostuvieron a través del tiempo.

3- Soberanía Alimentaria (SA)

El análisis de los cambios en el Sistema Agroalimentario Argentino (SAA) y sus consecuencias en la producción, el trabajo, el ambiente, la salud y la vida de los argentinos, puede analizarse en forma parcial y fragmentaria a partir del enfoque de distintas disciplinas (la economía, las ciencias agrarias, la antropología, la ecología, etc) pero sólo puede captarse en toda su integralidad con un análisis de los procesos concatenados y del rol de los actores participantes.

La creciente globalización del SA mundial provocó transformaciones notorias en todas sus etapas y niveles -familiar, local, regional, nacional- en las que se observan complejas interrelaciones que abarcan dimensiones técnicas, sociales, ambientales, culturales, políticas y éticas. Estos vínculos determinan el carácter que adquiere la SA en cada territorio y región, que constituyen aspectos básicos en la formulación de una estrategia para construir la transición hacia la SA.

3.1.- El proceso internacional

El paradigma de la SA tuvo como punto de lanzamiento la “Cumbre de los Pueblos” realizada en 1996 en Roma, Italia. En ese momento, la Vía Campesina, recientemente constituida a nivel internacional, efectuó un crítico diagnóstico de la problemática alimentaria, de la crisis acentuada por las políticas neoliberales y las consecuencias de la globalización del Sistema Mundial impulsada a través de la ronda del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (General Agreement on Tariffs and Trade, GATT en inglés), que recogió múltiples expresiones de luchas y propuestas que se sucedieron desde mitad de la década de 1980 a nivel internacional. A partir de ello se planteó un nuevo paradigma alimentario asociado a los derechos universales de los pueblos, la Soberanía Alimentaria, definida inicialmente como  “…el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias de producción, distribución y consumo de alimentos, a fin de garantizar una alimentación cultural y nutricionalmente apropiada y suficiente para toda la población”.

Se trata de una propuesta transformadora, que se afirma en la acción colectiva con el objetivo de lograr la democratización del Sistema Agroalimentario a nivel local, nacional y mundial. Poco después en La Habana (2001) el “Foro Mundial por la Soberanía Alimentaria”, precisó que: “La Soberanía Alimentaria presupone la soberanía política, económica, cultural de toda una nación, es la matriz de su independencia, y el Estado debe jugar un rol indelegable en garantizarla”. “La democracia alimentaria es la nueva prioridad en cuestiones de democracia y derechos humanos. Es la nueva prioridad en cuestiones de sostenibilidad ecológica y justicia social” (Shiva, 2003).

El adjetivo “alimentaria” destaca un derecho fundamental íntimamente relacionado con la “soberanía”, por lo que “La SA puede entenderse como la democratización extensa y sustentable en el acceso a las necesidades básicas que se satisfacen alrededor de la cadena alimenticia” (Calle Collado, 2012).

En las dos décadas transcurridas la conceptualización inicial fue enriquecida con el aporte de los movimientos y organizaciones sociales:

-al agua dulce como “alimento” y sostén de la vida, donde se destaca el rol prioritario que reviste el acceso y su control;

-la estrecha relación entre la continuidad de los sistemas de producción, recolección  terrestres y acuáticos, el manejo sustentable; la agroecología y la economía social solidaria situadas en el centro de las propuestas de producción y consumo;

-la incidencia creciente de las enfermedades no transmisibles características de nuestro tiempo, lo que convierte a los consumidores y a las organizaciones sociales urbanas en  actores relevantes en la construcción de la soberanía alimentaria;

-el vínculo entre Seguridad y Soberanía Alimentaria, ya que no existe una sin la otra. La Soberanía Alimentaria constituye la vía para alcanzar la Seguridad Alimentaria. Este enfoque fue aprobado en la “Declaración de Cochabamba” de la Organización de Estados Americanos- OEA (2012).

3.2.- Soberanía Alimentaria en Argentina

El análisis de la Soberanía Alimentaria en Argentina debe enmarcarse dentro del proceso más amplio e integral de la lucha por la soberanía económica, social y política, y en el rol secundario que desempeña la problemática alimentaria en las prioridades de la sociedad.

Debido a las luchas populares, el concepto de SA se incorporó muy gradualmente, pero es recién a partir del 2008 que comenzó a estar más presente en los discursos de las organizaciones sociales, políticas, en la academia, en los programas de autoabastecimiento de alimentos y “desarrollo rural”, movimientos ambientalistas, asambleas ciudadanas, organizaciones de derechos humanos, etc. Dos causas lo explican: la “crisis” financiera de los Estados Unidos que rápidamente se expandió (Beinstein, 2009) y el agudo conflicto entre el gobierno y el “CAMPO” en Argentina, una extensa rebelión que encabezaron las corporaciones agrarias y agroindustriales (Barsky y Dávila, 2008) pero que, a la vez, puso el modelo agrario y a la “sojización” en la consideración social.  Sin embargo, no todos coincidieron en la conceptualización de la SA.

Funcionarios, técnicos y dirigentes asimilaron la soberanía alimentaria a alguna definición de “seguridad alimentaria”, y la usaron como sinónimos. Por otro lado, en algunas organizaciones y movimientos sociales prevaleció la visión impulsada por Vía Campesina, que hizo hincapié en la integralidad de las transformaciones necesarias para alcanzar el derecho de los pueblos y denunció tanto las causas como a los responsables de la pobreza, la exclusión y el deterioro ambiental. Por consiguiente, fueron  muy diversas las propuestas para avanzar hacia la SA.

3.2.1.- Rasgos destacables en el tratamiento de la Soberanía Alimentaria en Argentina

El tratamiento de la SA en Argentina se focaliza en el sector primario y la producción de alimentos e incorpora en menor medida las complejas interrelaciones establecidas con los demás integrantes del SAA y SAM. Es sumamente limitado el debate social y político acerca de la dinámica de los sectores claves en la elaboración y distribución de los alimentos  -los reales “formadores de precios”- y su responsabilidad en la determinación de los hábitos alimentarios de la población.

El grado de urbanización constituye un elemento clave en la caracterización de la problemática alimentaria argentina; más del 90% de la población es urbana (país más urbanizado de Latinoamérica). Los habitantes urbanos constituyen el principal “mercado” para los alimentos, lo que les permitiría desempeñar un rol decisivo en la búsqueda de mayor Soberanía Alimentaria. Atentos a lo que sucede sobre todo en las grandes urbes, destacamos tres aspectos que –a nuestro entender-  claves para una estrategia al respecto: el desconocimiento de quiénes y cómo producen los alimentos; la  creciente demanda de alimentos más sanos y la repercusión del modelo productivo agrario en la salud y el ambiente.

  1. Desconocimiento de quienes producen los alimentos

Los habitantes urbanos no parecen reconocer que el “campo” es donde se genera la mayor parte de sus alimentos ni,  tampoco, el elevado grado de heterogeneidad existente en el mismo, expresada a través de la existencia de distintos tipos de productores, sistemas productivos, tecnologías, estrategias, niveles de ingresos y de vida. Si bien el “Conflicto del 2008”  (Barsky et.al., 2008) comenzó a visibilizarlo, aún no se vislumbra adecuadamente el real poder de los actores, las interrelaciones existentes y los impactos del modelo hegemónico.

La sociedad no identifica a los agricultores familiares, campesinos y pueblos originarios con la producción y abastecimiento de sus alimentos ni  tampoco comprende su rol como actores fundamentales de otros modelos de desarrollo.  Esta comprensión se amplía actualmente debido a la difusión de algunas alternativas productivas y comerciales que incluyen, por ejemplo, circuitos cortos con la perspectiva de la economía social.

b) Demanda de alimentos más sanos

La demanda de alimentos “sanos”, “saludables”, “naturales”, “ecológicos”, “agroecológicos” u “orgánicos” comenzó a ampliarse en los últimos años, como respuesta individual, particularmente entre sectores más informados y con ingresos que le posibilitan pagar sobreprecios, en relación a los alimentos de los mercados convencionales. Las necesidades determinadas por problemas de salud y el creciente grado de conciencia se manifestaron en diversas formas, como lo demostraron la proliferación de los comercios denominados “dietéticas”; instancias que fomentan el vínculo directo productores-consumidores; chefs; nutricionistas; comunicadores especializados; publicaciones sobre alimentación, bienestar y salud, etc.

Las nuevas demandas del consumidor llevan implícitas críticas al modelo productivo de la “revolución verde”, a la “industrialización” o “ultraprocesamiento” de los alimentos, pero no constituyen una tendencia masiva. Este “estadio” en la comprensión de la problemática alimentaria constituye un obstáculo relevante para conquistar políticas públicas que promuevan otros modelos de producción y consumo, cuidado de la salud y  de los bienes comunes.

Son poco conocidos los mecanismos que determinan la formación del precio de los alimentos y del grado de concentración oligopólica existente –sobre todo- en la industrialización y en la comercialización mayorista; los “centros” decisorios en el agregado de valor y su poder son insuficientemente visualizados. Lo mismo sucede con el rol de la publicidad en la promoción de alimentos industrializados, hábitos alimentarios, pautas de consumo y valores directamente asociados. Se desconocen las interrelaciones existentes entre etapas y niveles de las cadenas alimentarias y sólo se cuenta con algunas referencias a los procesos y actores participantes, como el ejercido por algunas empresas líderes o la existencia de una “intermediación parasitaria” que afecta a productores y consumidores. No se percibe que todo forma parte de un “Sistema Alimentario” cuya dinámica está profundamente ligada a un Sistema Alimentario Mundial en el que, unas pocas corporaciones, poseen elevado grado de determinación.

c) Repercusiones del modelo productivo agrario en la salud y el ambiente

Algunas repercusiones del modelo productivo agrario crecieron en la consideración pública debido –sobre todo- a la contaminación del ambiente y de los alimentos,  resultante del elevado volumen de agroquímicos aplicados -más de 300 millones de litros/año- en todos los territorios y actividades productivas. Dicho volumen incluye también –pero no únicamente- a las áreas destinadas a la producción de granos y zonas aledañas. El Grupo de Reflexión Rural (2009) menciona que debido a la “…vasta operatoria de contaminación sobre miles de poblados pequeños y medianos de la Argentina, se está configurando una catástrofe sanitaria de envergadura tal, que nos motiva a imaginar un genocidio impulsado por las grandes corporaciones y que sólo los enormes intereses en juego y la sorprendente ignorancia de la clase política, logran mantenerlo asordinado…”

Gorban (2015) complementa las denuncias  al afirmar que “Los efectos (…) no se limitan solamente a las fumigaciones o contactos directos con los agrotóxicos, sino que también sus resabios se hallan en los alimentos de consumo habitual, en lo que llamamos “alimentos industrializados” o ultraprocesados, mercancías o comestibles…”

4.- Reflexiones y orientaciones  

Las transformaciones del Sistema Agroalimentario Argentino se manifestaron en todos los territorios, niveles y “eslabones” de las cadenas agroalimentarias o subsistemas que lo conforman. Al igual que en el resto de América Latina, el crecimiento económico de este siglo se asentó en las “ventajas comparativas estáticas”, o sea la dotación de recursos naturales demandados desde el mundo globalizado, con el que se recrean las relaciones de dependencia. Se trata de un patrón de acumulación  basado en la sobreexplotación de recursos –no renovables en muchos casos- y en la expansión de la “frontera agraria” hacia territorios antes “improductivos” y demográficamente “vacíos”, desde la óptica del agronegocio.

Es poco lo que se avanzó en un desarrollo pensado en “nosotros” y las generaciones futuras, en tanto se generaliza el deterioro de los bienes naturales, la biodiversidad e incluso   la alimentación humana y la propia vida. Se continúan tratando como “excepciones” o “casos” aislados los esfuerzos que demuestran la posibilidad y las múltiples ventajas de la producción agroecológica, particularmente en el escenario de un Cambio Global planetario en el que se destaca la imprevisibilidad climática (Altieri et al, 2015).

Debe destacarse la continuidad de la tendencia a la urbanización y masivo despoblamiento de áreas rurales; la “reprimarización” de la economía, no compensada por el agregado de valor; el alto grado de concentración económica en la producción, elaboración y comercialización; la apropiación de bienes naturales, provisión de insumos, acceso a la tecnología y a los mercados, que se hace más evidente aún en las etapas de transformación y comercialización de los alimentos y en el control del comercio exterior.

El retroceso experimentado en la construcción de la Soberanía Alimentaria de Argentina es notorio y se manifiesta además por una serie de aspectos a contemplar en las políticas públicas que procuren la sustentabilidad económica, social, ambiental, cultural, política y ética de nuestro país. Para ello es necesario actuar, a partir de un diagnóstico que reconozca:

-la creciente urbanización que deja  cada vez en menos manos la producción de alimentos; este hecho y el incremento del consumo de productos industrializados acentúa la incidencia de algunas mega industrias multinacionales, el transporte y los grandes oligopolios comercializadores. Estos actores se transforman en imprescindibles para satisfacer el tipo de “dietas” y valores que la publicidad estimula, ya que, en términos generales, la comida no es elegida individualmente sino inducida socialmente;

-los elevados costos de alimentación, resultantes de estructuras oligopólicas que incorporan costos sin agregar valor y condicionan todavía más el acceso de los sectores con menores ingresos;

-la existencia de altos niveles de pobreza, superpuestos con una epidemia de sobrepeso y obesidad generalizada que afecta a todos los sectores sociales y a todas las edades, que exponen las consecuencias de un modelo de consumo directamente asociado al modelo productivo predominante. La economía y la educación –mucho más que la nutrición-  son las que determinan nuestros consumos.  

la resignación del manejo autónomo de los bienes naturales, que incluye la genética animal y vegetal; la falta de planificación, ordenamiento y de control social de la utilización de esos bienes y el abandono de la biodiversidad en el manejo racional de los sistemas productivos. Todo ello atenta contra el derecho a la alimentación y un desarrollo más equitativo;

la concentración de la producción, la tierra y el agua; el crecimiento de la escala productiva, las megaempresas y el uso generalizado de agroquímicos; la contaminación y degradación del ambiente; la pérdida de participación de los agricultores familiares en los mercados de productos; la persistencia de la pobreza rural y la informalidad del trabajo agrario; el éxodo rural que deja “liberado” el territorio a los usos –lícitos o ilícitos- que el “mercado” le asigne.

En el contexto descrito se deben destacar numerosas formas de resistencia, que en muchos casos convergen con otras luchas populares relacionados con el sector primario y los bienes naturales –contra la megaminería, el extractivismo, el fracking, las represas, la deforestación masiva, la contaminación- y con otras luchas ambientales y ligadas a los derechos humanos. Ellas propician el desarrollo de alternativas que se oponen en alguna medida a la dominación del Sistema Agroalimentario globalizado, pero a la vez muestran las contradicciones de la sociedad y sus Estados, así como la reducida capacidad de planificación, regulación y control ya que –en el mejor de los casos- se limitan  a legislar y tratar de actuar sobre algunas de las consecuencias.

El crecimiento de la conciencia de la población acerca del impacto del modelo hegemónico de producción, comercialización y consumo en su salud y en el ambiente crea condiciones para ampliar el debate acerca del Sistema Agroalimentario. Queda claro al respecto que las metas de Seguridad Alimentaria que Argentina alcanzó tuvieron importantes retrocesos, por lo que urge debatir las políticas que permitan revertir la situación actual, recuperar la producción y el consumo de alimentos adecuados, algo imposible si no se avanza en la Soberanía Alimentaria. Esta constituye un paradigma profundamente vinculado con otras manifestaciones de la soberanía, la ecología integral, y la preservación de la vida humana en el Planeta.

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Carballo González, Arístide y Bunge